jueves, 17 de diciembre de 2015

El blog no ha muerto: Camboya!

Por Santi:

Pasaron más de tres años desde que volvimos del viaje. Pero el blog no está terminado, porque nunca escribí las entradas faltantes que me correspondían: Camboya y Singapur. Algunos podrán pensar “qué desastre este tipo, tres años para escribir dos boludeces”. Yo le llamo darle suspenso al lector. ¿O acaso J.K. Rowling escribió los 7 libros de Harry Potter en un mes? No, ¡la señora se tomó su tiempo! Y si ella pudo, yo también. ¿Que dónde están mis best sellers? Emmmm…bueno…esperen y verán. Capaz que tienen que esperar tres años…ó 30, pero esperen. Y para que no se aburran mientras esperan, les dejo algo sobre Camboya para leer, y dentro de un tiempo (prometo que menor a tres años) la entrada sobre Singapur también.

Llegamos a Phnom Penh, la capital de Camboya, en ómnibus desde Ho Chi Min, nuestro último destino en Vietnam. La capital de Camboya no es muy linda, ni muy grande, ni tiene demasiada vida nocturna o cultural, pero fuimos básicamente para visitar la prisión Tuol Sleng y el campo de exterminio Choeung Ek, uno de los varios “killing fields” que montó el régimen de los Jemeres Rojos (“jemer” es el nombre de la etnia a la cual pertenecen los camboyanos y “rojos” por ser el color identificatorio del comunismo). Este grupo ultra comunista y totalmente desquiciado gobernó el país –al que llamó “Kampuchea Democrática”- entre 1975 y 1979, consolidando un régimen de economía agraria, vaciando las ciudades y destruyendo la cultura asociada a ellas, por considerarla “burguesa”. La mayoría de la población fue trasladada  a centros de trabajo forzoso en el campo y miles fueron detenidos, torturados y/o asesinados, mientras que muchos otros murieron por las duras condiciones de vida en los campos, donde la comida era muy escasa y las condiciones de trabajo al nivel de la esclavitud. Se calcula que uno de cada cuatro camboyanos murió durante la vigencia del régimen, contando los asesinados y los fallecidos en los campos de trabajo, que, se podrían considerar igualmente asesinados. Por lo tanto en cuatro años, los Jemeres Rojos, encabezados por Pol Pot, asesinaron al 25% de la población: todo un récord. Finalmente en 1979 Vietnam invadió Camboya y derrocó el régimen. Sus principales líderes huyeron y se escondieron en la selva, cerca de la frontera con Tailandia. Algunos de ellos fueron apresados y juzgados, pero Pol Pot nunca fue encontrado, muriendo en la selva en 1998. Uno de los hechos más increíbles fue que los Jemeres Rojos mantuvieron hasta entrados los años noventa la representación de Camboya ante las Naciones Unidas. Para los que les interese este tema, les recomiendo el libro “Primero mataron a mi padre” de Loung Ung, una sobreviviente que desde entonces vive en Estados Unidos. En ese libro, aunque el título tal vez haga innecesario aclararlo, ella cuenta su historia y la de su familia en esos años desde la perspectiva de una niña de 5 – 9 años. Sin dudas es uno de los libros más conmovedores y fuertes que leí en mi vida. Yo se lo compré a un niño en un restorán en Phom Penh (una versión fotocopiada, muuuy trucha) y lo leí durante el viaje. No los aburro más con el tema, pero quisiera  resaltar que por lo que he leído y la información disponible, es muy probable que los ciudadanos de Corea del Norte estén viviendo en este mismo momento situaciones muy similares a las que vivieron los camboyanos durante el régimen de Pol Pot. Está comprobada la existencia de campos de concentración y ni que hablar, la de asesinatos arbitrarios. Después de leer el libro da todavía más impotencia pensar que eso seguramente esté pasando ahora mismo y uno no pueda hacer absolutamente nada.

Volvamos al viaje: en la capital visitamos la prisión Tuol Sleng, donde pasaron miles de camboyanos en esos años. Es un edificio de dos pisos, que anteriormente era una escuela, y cuenta con varios salones que se usaban como celdas o como lugares de tortura, así como un patio interno que se usaba con el mismo fin. Por el paso del tiempo no recuerdo con exactitud, pero los métodos de tortura no variaban demasiado de los que emplearon las dictaduras latinoamericanas de los 70 y 80: submarino, plantón, golpes, etc. Lo que sí era bastante diferente era el criterio para apresar o asesinar a alguien. No solamente perseguían a los opositores políticos, o gente con ideas políticas contrarias a las que sostenía el gobierno, sino que cualquiera que tuviera alguna característica que lo identificara como “burqués” estaba en peligro. Usar lentes o hablar un idioma extranjero eran razones suficientes para ser torturado o asesinado. Por esto es que creo que más que comunista el régimen fue simplemente desquiciado.

La mayoría de los que pasaban por esta prisión eran enviados después al campo de exterminio ya mencionado, donde llegaban de noche y a las pocas horas eran asesinados. En general los mataban a tiros, menos a los bebés -sí, también mataban a bebés- que eran muertos con golpes contra un gran árbol. Ese árbol está aún en pie. En este lugar se encontraron muchas fosas comunes y miles de cuerpos. Hoy en día hay un monumento a las víctimas y una especie de pequeño museo donde se cuenta la historia de los juicios a los cabecillas del régimen que fueron apresados. Se puede recorrer el campo con audioguías en varios idiomas. Más allá de la dureza de los hechos que ahí pasaron, tanto al Gato como a mí nos gustó haber ido y recomendamos su visita, ya que está muy bien organizado y explicado.






Monumento a las víctimas.

Árbol usado para asesinar niños por el régimen de los Jemeres Rojos.

Fosas comunes



En Phnom Penh también coincidimos con las danesas que habíamos conocido en Vietnam, con quienes fuimos a comer y una noche a bailar. Era un poco raro estar en un boliche el mismo día que habíamos visitado la prisión y el campo de exterminio, pero así es el Sudeste Asiático: una montaña rusa de sentimientos y muchos contrastes.

Luego de la capital y de adentrarnos en la historia de esos años oscuros del país, llegó el momento en el que nos separamos con el Gato por unos 10 días. Sí, ¡después de 7 meses al fin iba a pasar varios días sin verle la cara! La separación se debió a que él tenía que estar en Kuala Lumpur unos días después porque iba a ir al Gran Premio de F1 de esa ciudad, pero no quería irse sin visitar los templos de Angkor Wat (pueden releer su crónica de sus paso por Angkor acá:), al norte del país y la mayor atracción turística de Camboya. Yo también quería ir ahí pero como no iba a ir a la F1 y sí quería ir a otro destino en Camboya, fui primero al otro y luego sí a Angkor Wat, porque por razones geográficas y logísticas era más lógico hacerlo de esa manera.

Entonces, el Gato partió hacia el norte y yo me fui a Sihanoukville, un balneario en la costa camboyana, al sur de la capital. Mi interés no era precisamente ese lugar, sino la isla de Koh Rong, a la cual se llega desde Sihanoukville. Es una isla casi desconocida por todos (no recuerdo si siquiera figura en la Lonely Planet), pero a la cual quise ir desde que estaba en Montevideo antes de partir hacia Australia, porque había leído sobre ella en un blog de un argentino. En ese blog él la describía como el paraíso en la tierra, como un lugar increíble, puro y lleno de paz, e insistía en que no se podía dejar de ir. Luego de ver varias fotos y de leer su relato, me prometí a mi mismo que sí o sí iba a ir a Koh Rong. Entonces, luego de un viaje en ómnibus llegué a Sihanoukville, busqué un guest house, compré el “pasaje” para ir a la isla al día siguiente y como estaba solo (snif, snif) me compré varios libros en una tienda del balneario, entre ellos, Nothing to envy, un libro escrito por una periodista estadounidense basado en entrevistas con norcoreanos que escaparon de su país y fueron a vivir a Corea del Sur. Duro pero muy recomendable.

Luego de eso fui a un bar donde conocí varios viajeros, entre ellos a Guille, un argentino que me dijo que iría en un par de días a la isla. A la mañana siguiente fui al “muelle” de donde salía el “barco” listo para pasar un par de días en el paraíso. El “barco” era una lanchita con techo en la que cabrían no más de 20 – 25 personas, con un motor, algo totalmente diferente a los grandes ferries que llevan turistas a las islas en el sur de Tailandia. El viaje demora 2 horas, aunque está solamente a 25 km de la costa. En el bote, aparte de la “tripulación”, éramos todos occidentales. Al estar llegando a la isla confirmé lo que había leído: era hermosa, pero también pensé “no hay chance de que acá haya un puto cajero automático!”. Yo tenía no más que el equivalente a 15 o 20 dólares encima, y por más que es un país barato, no me alcanzaría para quedarme 3 ó 4 días como quería. Bajé del bote y, como cada vez que llegábamos a un lugar, me puse a buscar alojamiento.

Era totalmente diferente a las islas de Tailandia: muy pocos alojamientos, muy pocos lugares para comer y solamente en la costa; no había calles que llevaran al interior de la isla. Me terminé quedando en una “gesthouse” de madera, recién construida en primera línea al mar y en la que el cuarto no tenía más que un colchón en el piso recubierto con una red para mosquitos. Si mal no recuerdo las ventanas eran sólo un agujero en la madera, lo cual no importaba porque para qué iba a querer cerrar la ventana con 35 grados?! La ducha faltó a la cita: para bañarse había que recoger agua de un tanque de plástico con un baldecito y tirárselo en la cabeza y así sucesivamente. El precio era de 5 dólares por noche. Puede parecer caro para quedarte en un lugar sin cama, sin ventanas y sin ducha. Para mi era muy barato considerando que estaba en uno de los lugares más hermosos en que jamás había estado.. Salía de la guesthouse y pisaba la arena blanca de una playa con agua verde, con el sol brillando sobre mi cabeza.

Al poco rato de haberme instalado y salir a dar una vuelta confirmé mi sospecha: no había cajeros automáticos en esa isla. Me lo dijo una finlandesa que estaba ahí desde hacía meses trabajando en un bar. Ella era muy blanca y muy rubia; un contraste enorme con los locales. Lo de los cajeros me pareció bastante obvio cuando al poco rato me di cuenta que en la isla no había energía eléctrica ni Internet. Algunos lugares (“restoranes”, bares, guesthouses) tenían generadores que prendían algunas horas al día y nada más. Sí llegaba la señal para celulares, por lo que era la única forma comunicación con “el mundo exterior”. Cuando supe que con la plata que tenía no podría quedarme más que 1 día, decidí que iba a volver a tierra, buscar más plata y regresar, por más que eso significara gastar 20 dólares más en la ida y vuelta hacia y desde la isla. Estaba en el paraíso y no podía quedarme sólo un día. Entonces planeé volver al día siguiente a Sihanoukville pero mientras tanto disfruté de la increíble playa. En el lugar donde llega el barco no había más que 5 ó 6 establecimientos y muy poca gente. Pero alejándote un poco por la playa podías estar absolutamente sólo, rodeado de ese escenario de arena blanca, agua verde, sol radiante y palmeras. Pasé el día en la playa, leyendo y absolutamente maravillado por el lugar donde estaba, pero también pensé que me hubiera gustado compartirlo con alguien.

Al día siguiente fui a tierra, saqué plata y volví a la isla al otro día (sólo habían un par salidas al día desde y hacia la isla por lo que no pude ir y volver en el día). En mi segunda ida a la isla, n el bote conmigo iban Mario y Laura, dos amigos alemanes que estaban viajando por unas semanas por el Sudeste Asiático. Los dos hablaban español: Laura tenía un novio mexicano y creo que había vivido en México y Mario había estado de intercambio en Córdoba, Argentina, por un año (así que con el hablaba de “boludo” y todo!). Pegamos buena onda y me dijeron que ellos ya habían reservado una cabaña (aunque hablen español, no dejan de ser alemanes!) y que si quería me podía quedar con ellos porque tenía lugar para 3. Acepté de inmediato, ya que saldría 5 dólares por persona, estaba mucho mejor que el lugar donde me había quedado en mi primera ida a la isla y porque estaría acompañado!

Esta segunda vez creo que me quedé 3 noches más en la isla. Y fueron unos días impresionantes: se armó un grupo de personas con el que pasé esos días y que jamás voy a olvidar. Lo mejor fue que se dio totalmente natural y que demuestra lo que sucede en muchas ocasiones al viajar solo o en grupos chicos y estar abierto a conocer, pasar días, y hasta compartir habitación con gente que nunca has visto en tu vida y que, en muchos casos, hablan otro idioma.

A Laura, Mario y a mí se  nos sumó una francesa que yo ya había conocido durante mi primer día en la isla. Ella había terminado su master en Francia y había decidido dar la vuelta al mundo en bicicleta y sin mucho presupuesto. Para eso, vivía en muchos casos con los locales, casi siempre a cambio de su trabajo. No se quedaba en hostels o guesthouses y no comía en restoranes por lo general, sino que llevaba su propia comida, o comía en los lugares en los que trabajaba. Obviamente que es un estilo de viaje diferente al que nosotros llevábamos y creo que no estaría dispuesto a hacerlo, pero eso es lo lindo de ser mochilero: a cada paso encontrás historias diferentes, estilos de vida y de viaje diferentes pero todos con la pasión por el mundo y las personas que lo habitan en común. Ella estaba sola en la isla, pero venía viajando en bici junto a 2 amigos holandeses que creo que había conocido en Asia mismo: Jonathan y Susanne. Ellos llegaron al poco rato o al día siguiente y se unieron al “grupo”. También llegó Guille, el argentino que había conocido en el bar, y también se sumó. Él trabajaba, y aún lo hace,  en el diario La Nación de Buenos Aires, cubriendo noticias internacionales. Por su trabajo había estado en Haití cubriendo el terremoto, en Chile cuando lo de los mineros y en Japón cuando el tsunami. En ese momento estaba de vacaciones por un mes por Camboya y algunos países de la zona más, durante su licencia. Por lo tanto, los siguientes días los pasé junto a ese grupo maravilloso de gente en la playa, charlando, y compartiendo la alegría de estar, como ya dije, en uno de los lugares más lindos en el que he estado en mi vida –me dio mucha lástima que el Gato no haya podido ir.
Una noche, luego que los alemanes ya se habían ido, fuimos con los holandeses y Guille a un bar (creo que el único que había, y EL lugar para “salir” en las noches, ya que a diferencia de las islas de Tailandia, ahí no había boliches ni joda) donde tomamos una cantidad sorprendente de Baileys por muy poco dinero, ya que la persona que servía los tragos se ve que nunca había servido un Baileys  en su vida por lo que llenaba los vasos hasta el tope, como si fuera cerveza. Ya de por sí era barato todo en Camboya, y con barmans novatos, más todavía.

Esos días fueron realmente una experiencia que recordaré toda mi vida. Estaba en una isla paradisíaca sin energía ni Internet, del otro lado del mundo, con gente que conocía hacía pocas horas, pero sentía que no me faltaba nada, que nada podía ser mejor. Esas son las experiencias que nos hacen darnos cuenta que a veces nos complicamos demasiado y que no ineludiblemente se necesitan muchas cosas materiales o sofisticadas para ser feliz. A veces el destino puede hacer que coincidan por unos días siete personas que no se conocen y de diferentes países en el mismo lugar y que todos ellos se lleven un recuerdo y una sensación que dure muchos años. Con esto no quiero decir que haya que estar lejos o con gente desconocida y de otros países para sentir que no se puede pedir más. Pero sí que el viajar brinda estas experiencias increíbles que nos hacen cuestionarnos y reflexionar: ¿acaso no tengo momentos como estos en casa? ¿y si sí, por qué no los valoro? Por supuesto que la costa de Rocha no le llega ni a los talones a las playas de Koh Rong. Pero no eran las playas lo importante: era la simpleza, la pureza de  la que hablaba el argentino del blog y la compañía lo que hacían a esos días especiales e inolvidables. Podés estar bañándote con un balde y sin Internet, sin boliches, sin heladera ni cajeros automáticos y ser muy feliz. Creo que eso es lo importante, y una vez que lo entendemos, valoramos más pequeños momentos que tal vez antes pasaban más desapercibidos.

Jonathan, Susanne y yo después de los Baileys

Jonathan, Laura, Mario, Susanne, yo, Guille y la francesa.
No voy  a negar que sentí tristeza cuando todo terminó y cada uno siguió viaje por su lado, pero justamente el viajar de esa manera, conociendo gente todo el tiempo, te acostumbra a las despedidas. Y a saber que no hay que vivir de la nostalgia, sino recordar con felicidad los buenos momentos vividos y mirar hacia adelante, esperando que vengan muchos más. También me entristeció no haberme quedado más días pero ya estaba en camino al norte, a Siem Reap, el pueblo en el que se hace base para ir a Angkor Wat, así que no tenía tiempo para lamentarme. El Gato ya había ido y ya escribió una entrada sobre su experiencia ahí, que pueden releer aquí: http://gatoysasadeviaje.blogspot.com.uy/2013/05/siem-reap-felipe.htmlFui con Guille, que también iba para ahí. Siem Reap no tiene mucho más que lugares para alojarse, restoranes, bares y boliches. Parece que vive exclusivamente gracias a su cercanía  a los templos. Así que conseguimos una guesthouse y al día siguiente partimos para Angkor Wat en un Tuk Tuk, manejado por un camboyano que tendría unos 28 ó 30 años y cuyo nombre no recuerdo. Era muy simpático y además de manejar el vehículo actuaba un poco como guía también. No solamente nos llevó, sino que pasó con nosotros todo el día, ya que el lugar es enorme y hacía mucho calor como para hacerlo todo a pie. Él nos contó varias cosas, por ejemplo, que en Camboya la familia del novio tiene que pagarle a la de la novia cuando se van a casar.

Angkor Wat es un complejo de templos muy antiguos, tanto budistas como hindúes, construidos en piedra. Mucha, mucha piedra. Cada templo tiene un nombre y una historia particular. Hay uno en el cual crecieron árboles enormes arriba de las piedras, donde se filmó parte de una de las películas de Tomb Raider, con Angelina Jolie. El más conocido tiene una forma muy particular y está escoltado por unas palmeras que hacen una de las imágenes más famosas del Sudeste Asiático y sin dudas la más conocida de Camboya. Muchísima gente va bien temprano en la mañana para ver la salida del sol desde atrás del templo y tener la foto perfecta. Nosotros fuimos, aunque muchas fotos no tengo porque esa no era aún época de iPhone para mi y la cámara la tenía el Gato. Así que sí, estuve en el paraíso y en Angkor sin cámara (sí, ya se, un reee gil). Igualmente tengo algunas fotos que me pasó la gente con la que estuve esos días y muchas imágenes en mi memoria. Angkor me gustó, es muy impresionante, aunque tal vez llega un punto del día en el que te podés cansar de ver tanta piedra, a lo que se suma el calor sofocante, por lo que es probable que sientas que ya has visto suficiente antes de terminar de ver todos los templos. Pero sin dudas es un lugar que hay que visitar si se va a Camboya.


El guía y yo. Él sostiene un "mapamundi" que dibujamos con Guille ante una pregunta de su parte que no recuerdo pero que demostraba que no tenía la menor idea de las distancias y la ubicación de los continentes.

Con Guille sobre un puente en Angkor Wat.
                                     









Luego de ese día de visita a Angkor, llegó el momento de despedirme de Guille, tal como había hecho antes con tantos otros viajeros. No recuerdo exactamente cuál fue su siguiente destino, pero el mío era Kuala Lumpur. Desde el pequeño y, sorprendentemente, moderno aeropuerto de Siem Reap partí en un vuelo de Air Asia con destino Kuala Lumpur, Malasia, donde me reencontraría con mi compañero de viaje después de sólo unos cuantos días, pero unos días en los que había vivido una de las experiencias más lindas de mi vida.


Para finalizar, una pequeña reflexión. Desde que estuve en Koh Rong no me mantuve al tanto de la vida de la isla. Como ya saben, era una isla de un nivel de belleza natural similar o incluso mejor que las de Tailandia, pero siendo eso lo único que tenían en común. En Koh Rong no había energía eléctrica, no había casi alojamientos, no había boliches, casi no había ruido, habían kilómetros de playas limpias y desiertas, no había muelle abarrotado de barcos para transportar turistas, ni miles de rusos, suecos o australianos borrachos gritando 24 horas por día. Apenas salí de esa isla supe que por más que algún día volviera, no volvería al mismo lugar. Era evidente que no iba a durar mucho tiempo tan pura y virgen, y que tarde o temprano y progresivamente las inversiones irían fluyendo y la isla iría transformándose en algo cada vez más parecido a Phi Phi en Tailandia. Como dije, no investigué mucho pero por alguna cosa que leí de rebote, y porque ya en ese entonces se veía que era una isla naciente y en construcción, creo que ya ahora, a solo 3 años de haber estado ahí, cambió. Seguramente siga cambiando y en 10 años ya no quede mucho de la isla que conocí. Esto no es una crítica al progreso ni al turismo que sin dudas puede ser una importante fuente de trabajo para los locales. Pero si una cosa rescato del viaje que hicimos es que el Sudeste Asiático tiene de todo para todos. Islas famosas y llenas de gente, islas desconocidas, pueblitos, metrópolis modernas, hoteles 5 estrellas, guesthouses de cinco dólares en el paraíso,  cenas de 300 dólares en un rooftop bar de Bangkok y platos de Pad Thai por un dólar y medio. Y si Koh Rong termina siendo una isla como las demás se perdería parte de esa variedad que enriquece a la zona. Claro que no puedo hacer nada para evitarlo pero al menos me queda el consuelo de no saber qué fue de Koh Rong y, en caso de que se haya transformado, la esperanza de que así como casi nadie la conocía en 2012, haya hoy diez, veinte o treinta “Koh Rongs” que nadie conoce: puras, hermosas y desiertas.

jueves, 30 de mayo de 2013

India: qué final de viaje!

El viaje por Asia fue en su mayoría planificado con Santi, con lujo de detalle desde enero hasta principios de abril, cuando Santi pensaba volver a Uruguay pero terminó yendo a Europa. En mi caso, al tener el pasaje de vuelta a Montevideo para mitad de mayo, tenía poco más de un mes para seguir viajando, pero debía decidir a dónde!

Durante gran parte del viaje por Asia, constantemente fui pidiendo recomendaciones sobre lugares a visitar, y así fue como decidí ir a Birmania. Sobre India, aquéllos que fueron me decían que es un país que no pasa desapercibido, sino que es un país odiado o amado, generalmente sin punto medio. Luego de decenas de comentarios, elegí India como destino de mis últimas dos semanas de viaje, previo a pasar por Sídney por una semana para después volver a Uruguay, a casa.

Me fui para India nomás, el segundo país más poblado del mundo con 1.214 millones de habitantes. Apenas llegué al aeropuerto desde Bangkok me encontré con el taxista de la guest house que había contratado previamente. Cuando me vio insistió en llevarme mi mochila o el carrito donde llevaba la mochila, a lo que me negué en reiteradas ocasiones. Su reacción fue la siguiente frase: “I like your personality” (“Me gusta tu personalidad”). Extraña bienvenida al país…

Arribé a Delhi, la capital del país con 14 millones de habitantes, y al llegar a la guest house le pregunté al encargado por algunos lugares que había visto en el mapa que quedaban cerca. Me dijo que cualquiera de esos dos eran a no menos de 50 cuadras, pero que ellos justo tenían que salir y que me podían llevar gratis a donde quisiera y de paso me llevaban a un buen restaurant. Era obvio que me querían llevar a su restaurant. Cordialmente negué la propuesta y subí a la habitación, agarré el mapa y vi que los lugares por los que les pregunté efectivamente eran cerca. Bienvenido a la India! Al bajar y querer salir, casi no me dejan salir insistiéndome en querer llevarme. Fue un momento incómodo hasta que medio que me escapé.

Dicho encargado era de la religión sijista, que no se cortan el pelo ni se afeitan en toda su vida. Con el turbante, una mirada sumamente intensa y la oferta de taxis gratis, era un tipo intimidante y que no me dejaba muy tranquilo. De nuevo en la guest house luego de las vueltas por Delhi, le pregunté la clave del wifi. Me miró fijo y me dijo “I was looking for you” (“te estaba buscando”). Sinceramente, luego de haberme “escapado” y habiendo rechazado su “amable gesto” del taxi gratis, ese comentario me asustó. Le pregunté por qué me buscaba y me dijo que no me buscaba, sino que esa era la clave.

India es un país con muchas particularidades. Una de ellas es que en India habita un cuarto de las vacas del mundo. Estos animales son considerados sagrados e iguales a la vida humana, ya que son percibidas como símbolo de abundancia, y como la "segunda madre" de las personas, dado que sirven incondicionalmente a los seres humanos sin pedir nada a cambio. Además de la protección por motivos religiosos, las vacas cuentan con protección legal en la constitución ya que se considera delito matar a una vaca. Por estas razones es común observar a las vacas con total libertad caminando por las calles. Luego de verlas por las calles, cuando fui a comer por primera vez en India, en el menú aparecía una cheeseburger (hamburguesa con queso). Sorprendido, pedí para ver de qué se trataba y era un pan con queso!


Luego de un poco de paseo por la zona del hotel, al día siguiente me fui en tren a Agra. Los trenes en India es el transporte más común entre ciudades. India cuenta con una red ferroviaria de más de 63.000 kilómetros que transporta diariamente a 16 millones de personas. La empresa estatal Indian Railways es una de las 10 empresas con mayor cantidad de empleados del mundo con más de un millón y medio de empleados. Los trenes cuentan con 6 clases: desde primera con cómodas camas y aire acondicionado hasta una última clase con bancos de madera y en donde uno no tiene reservado un lugar.




Llegué a Agra y me tomé un Autorickshaw hacia el hotel. Los autorickshaw, también conocidos como tuk tuks o triciclos, son motos de tres ruedas con una cabina para poder transportar más de una persona. Es un medio de transporte ampliamente utilizado en la India. Tienen contador de fichas, pero cuando un turista sube generalmente dicen que está roto, por lo que hay que arreglar el precio desde antes. Por la cantidad de unidades en las calles de India, el gobierno de India obligó en 1998 a pasar todos los autorickshaw del Delhi a cambiarse a GNC (Gas Natural Comprimido). Hoy en día la mayoría que se ven en las calles de todo el país son a GNC, aunque siguen habiendo gasoleros.


En Agra fui a ver el Taj Mahal, el cual es el ícono más importante de la arquitectura mogol, y es considerado una de las 7 maravillas de la Arquitectura Moderna. Fue construido bajos las órdenes del emperador musulmán Shah Jahan, quien decidió erigir semejante monumento como homenaje a su esposa Mumtaz Mahal, tras fallecer dando a luz al decimocuarto hijo del emperador. Es considerado el mayor monumento construido por amor.

La construcción requirió de más de 20.000 obreros durante unos 23 años. Se dice que al terminarse la obra, el emperador hizo que se le cortaran las manos a los obreros para que jamás se viera otra obra igual.

Una genialidad arquitectónica del Taj es que fue construido sobre un basamento de 7 metros de altura, lo cual hace que siempre que se ve de frente se ve con el cielo de fondo.

Para recorrerlo me alquilé una audioguía en español. Saqué decenas de fotos y también me saqué fotos con gente que se quería sacar una foto conmigo (esto es común que lo hagan con gente blanca). Quise mi foto “agarrando de arriba el Taj”, pero nadie me la pudo tomar bien.






















Al día siguiente alquilé una bici y di algunas vueltas en la mañana. En la tarde caminé por muchos lugares y por momento pensaba que era mi tarde más aburrida en todo el viaje, hasta que ocurrió algo inesperado. Al sentir unas trompetas, seguí el ruido y vi decenas de personas agrupadas. Lo que estaba viendo era un Barat Nikasi, y es básicamente el camino del novio desde su casa hasta el lugar donde se va a casar, subido a un caballo blanco, precedido por una orquesta y rodeado de vecinos y amigos que lo acompañan bailando al ritmo de la música. Impulsado por mi curiosidad, me acerqué y me invitaron a bailar. Luego de casi una hora bailando y caminando llegamos al lugar de la ceremonia. No todo el mundo asiste al Barat Nikasi, por lo que al llegar al lugar de la ceremonia ya había mucha gente que estaban hace rato comiendo. Al llegar fui rodeado de niños y, siendo el único blanco, acaparé mucho la atención. Eso hizo que algunas personas me miraran con cara poco simpática. Además, como faltaban como dos horas para la ceremonia, decidí irme para luego volver.









Debido a que las calles en Agra son muy angostas y como un gran laberinto, al querer volver dos horas después me perdí. Pero volviendo al hotel de casualidad encontré otro desfile y sin que me invitaran demasiado me mandé a bailar nomás. Al verme me invitaron a la ceremonia.

Al llegar al lugar decenas de mujeres de la familia le realizan bendiciones al novio, pintándole la frente, dándole de comer y regalándole plata. Luego el novio va a un sillón en un escenario y se queda a esperar unas dos horas por lo menos hasta que llega la novia, mientras recibe saludos de familiares y amigos. Mientras, los invitados comen, charlan y hasta bailan. Yo me dediqué a comer y hacer sociales. Después de un rato, nuevamente por acaparar la atención, me invitaron a retirarme diciéndome que mi hotel estaba cerrando. Al salir vi que la novia estaba llegando, y eso fue el fin del casamiento para mí.







Sobre los matrimonios, vale la pena destacar que la mayoría siguen siendo arreglados en India, al punto de que existen páginas webs para conectar familias que buscan parejas para sus hij@s. El matrimonio se respeta para toda la vida en la mayoría de los casos, por lo que la tasa de divorcios es muy baja. La mitad de las mujeres se casan siendo menores de edad.

Página web en la que se busca armar parejas
Mi siguiente destino fue Varanasi, también conocida como Benarés, que es una ciudad que se calcula que tiene 3.000 años de antiguedad y es ciudad sagrada para los hindúes. Es la ciudad de Shiva, uno de los principales dioses hindúes.




















La ciudad cuenta con más de 80 ghats, que son escaleras para acceder al río desde la ciudad. Todas las noches a las 19:00 horas en el Dasaswamedh Ghat se celebra una ceremonia religiosa que es una ofrenda al Ganges.




El Río Ganges es sagrado para los hindúes. Los viejos y enfermos de todo el país llegan al Ganges para esperar su muerte, ya que creen que morir a orillas del sagrado Ganges completa el ciclo de la reencarnación, acercándolos a la liberación de su alma. Cadáveres de toda India llegan a Varanasi para ser cremados. Debido a motivos de respeto a los familiares de los fallecidos, no dejan sacar fotos en la zona.

Los cadáveres se colocan sobre unas camillas de bambú cubiertas por una tela. Luego se ubican arriba de la leña fríamente calculada para la incineración. La cantidad y el tipo de leña depende de cuánto pueda pagar la familia, siendo el costo mínimo unos U$S 200. Las cremaciones duran aproximadamente 3 horas. Los familiares de un fallecido que no pueden pagar la cremación en las orillas del Ganges, o bien creman el cuerpo en el crematorio eléctrico o directamente arrojan el cuerpo al río.

Las mujeres no pueden estar en los funerales, ya que sus llantos hacen que el alma no pueda ser liberada a Nirvana, estado de calma y liberación, si alguien la está reclamando de vuelta. Debido a los restos humanos, cadáveres humanos y de animales más la contaminación de fábricas, el Ganges es uno de los ríos más contamidos del mundo. Sin embargo, poco parece importarle a los hindúes que lo consideran sagrado y lavan su ropa, se bañan y hasta se lavan los dientes ahí.







Pasé dos días en Varanasi a la agradable temperatura de 44 grados. Esa temperatura me mató, entonces decidí irme a la montaña. Grave error dado que no tenía ropa de abrigo y pasé de calor extremo a unos 6 grados de un día para el otro.

El destino elegido fue Manali, una ciudad en el Himalaya, donde los locales llegan comúnmente de luna de miel y los turistas llegan para disfrutar las aldeas hippies y para practicar deportes extemos. En mi caso me hice amigo de unos israelíes y con ellos fui a hacer Zorbing, que es una especie de rueda de hamster que gira desde el tope de la montaña hacia abajo (ver video). Pasé unos 2 días en Manali con frío pero pasándola bien al lado de la estufa del resturante del hotel, o bajo una montaña de frazadas. Además, como si fuera poco, accidentalmente metí los pies en cemento y tuve que lavar los championes, no tenía calzado de abrigo alguno!







El final del viaje fue en Delhi, donde me quedé en la casa de un uruguayo. Mi tocayo de apellido Bastarrica es amigo de mi hermano Federico. Por su trabajo estaba 3 meses en Delhi. La primer noche ahí fuimos a una reunión con gente de su oficina. Los otros dos días Felipe se sintió muy mal del estómago por lo que se pasó en cama. Una lástima!



 

Para terminar, comento otras particularidades de India:

En el medio de la calle, a plena luz del día a uno le pueden venir ganas de orinar. En India no siempre es problema para los hombres, ya que existen “meaderos” como el de cualquier baño público. Entonces uno puede estar orinando con mujeres y niños que le pasan a la espalda.


El tráfico en India es verdaderamente agotante; constantemente se tocan bocinas y más bocinas, al punto que parece un deporte. Está bien visto tocar bocina ya que se le señala a quien viene adelante por donde viene uno. Los locales están tan acostumbrados que dentro del caos identifican de dónde viene la bocina y eso evita choques. Curiosamente, a pesar del caos, no vi choques en dos semanas.

La sociedad india es muy tradicionalista y el sistema de castas sigue estando vigente, determinando las restricciones sociales y la estratificación social. El modelo de familia es muy respetado y los indios acostumbran a vivir en hogares multigeneracionales. Es común observar familias enteras movilizándose yéndose de vacaciones o simplemente a pasar un domingo a un parque.

No es extraño que la gente mire a los turistas sin ningún tipo de disimulo. Los indios miran fijo y mantienen la mirada. Y suelen pedir fotos: cuando me pedían algunas veces les di mi cámara. Dejo algunas que me tomé con indios.








Este me dijo “You, Titanic!” jajaj

Cierro con 2 fotos muy buenas. La primera un mono comiendo helado, espectacular! La segunda, cuidado con el menú (para quienes saben inglés, tengan cuidado lo que eligen).  



Hasta aquí llega mi contribución al blog, espero que lo hayan disfrutado. Quedan algunas entradas de Santi sobre Asia, y quien sabe también sobre Europa.

Abrazo a todos, Felipe