jueves, 29 de marzo de 2012

TAILANDIA PARTE 2: BANGKOK

Por Santiago

Llegamos a la capital de Tailandia después de dos horas de ferry y diez de ómnibus. Después de buscar un rato conseguimos alojamiento en una guesthouse en una “soi” a pocos metros de Khao San Road (o mejor dicho, Caos San Road) por 400 bhats la habitación, con ventilador y baño compartido. (1 dólar = aprox. 30 bhats)  “Soi” se le llama a las calles angostas que salen de cada calle grande, y KSR es una calle de unas cinco cuadras que es el centro de la zona backpacker de la ciudad. Esta calle tiene actividad las 24 horas del día y en ella se puede encontrar de todo: venta de ropa y souvenirs, restoranes, bares, puestitos vendiendo comida tailandesa (buenísimo el Pad Thai en esos!), locales de masajes que llegan hasta la calle misma, taxistas y conductores de tuk-tuk buscando clientes, tipos ofreciendo ping – pong shows (más adelante hablaré sobre esto) y como en muchas otras partes de la ciudad, tipos bien vestidos que a cada paso te ofrecen hacerte un traje en una de las cientos de sastrerías que abundan en Bangkok. Todo esto condimentado con un mundo de turistas y, después de las doce de la noche, un montón de “ladyboys” (travestis).

Khao San Road
Esa noche fuimos a un bar  con Teresa, Clara y  Almu , tres españolas que conocimos esperando el ferry para salir de Kho Tao y que eran muy buena onda. Clara y Almu  habían venido por pocas semanas, aprovechando la licencia de sus trabajos y Teresa recién estaba en el principio de un viaje de seis meses alrededor del mundo, o al menos buena parte de él, para lo cual renunció a su trabajo en España. En el bar la música estaba a un volumen extremadamente alto, que dificultaba la conversación. Ahí me enteré que no era el único al que el volumen de la música en los restoranes o bares en Tailandia le parece una locura, ya que las españolas tenían la misma opinión. La ponen como si fuera un boliche, no importa la hora.


Al otro día fuimos a un mercado que está sólo sábados y domingos, que es enorme y donde venden de todo. Fuimos en tuk – tuk, que en su versión tailandesa, es un carro muy colorido, montado a lo que creo que es una moto, pero con dos ruedas atrás. Los conductores siempre te tiran un precio altísimo (después descubrimos que son mucho más caros que los taxis) que se puede regatear pero sigue siendo caro. Pero tenés la opción de que te lleven gratis o por poca plata, pero con “paradas”. Estas paradas son por lo general en lugares donde hacen trajes, o en joyerías. Si aceptás, tenés que entrar y hacer como que estás interesado en comprar algo. El conductor te espera afuera (si tenés suerte) y te lleva a tu destino, o a la próxima parada, depende del arreglo. Por cada persona que llevan, los conductores reciben vales de nafta. En ese primer viaje paramos en una sastrería pero casi no nos esforzamos en pretender que queríamos comprar algo, porque nos parecía ridículo. Hablamos un poco con los vendedores y al rato se dieron cuenta que no compraríamos nada y nos fuimos. El viaje en tuk – tuk está excelente, ya que es abierto, va rápido, y se mete en lugares donde los autos no pueden.

Finalmente llegamos al mercado, donde venden ropa, pasando por flores y comida, hasta perros, loros, peces y gallos. Probamos el agua de coco, que no nos gustó y comimos algo ahí. En un momento íbamos caminando y Felipe me toca y me dice “Santi!”, y al mirar alrededor veo que todo el mundo estaba como congelado y en silencio, como si alguien hubiera apretado un botón de “pausa”. Los únicos que nos movíamos y hablábamos éramos nosotros. Nos quedamos quietos y entendimos lo que pasaba. Se escuchaba una música y una señora que estaba cerca nuestro cantaba, lo que nos hizo acordar que habíamos leído que en Tailandia es común que en ciertos lugares y a ciertas horas pasen el himno o la canción del Rey y todos paran de hacer lo que estaban haciendo.

Cuando salimos del mercado, empezamos a caminar para buscar un taxi o tuk – tuk que nos llevara de vuelta a Khao San Road, cuando de repente pasamos frente a una obra en construcción donde una mujer nos para y nos invita a “entrar” a un evento que se desarrollaba al aire libre, casi en la vereda. Nos dijo que había “free beer” y nos miramos con desconfianza. Después de pensarlo un poco entramos.

En el evento había una banda de tailandeses imitadores de los Beatles. La mayoría de la gente que había eran tailandeses de más de 65 años.. Tomamos una cerveza, mientras nos traían comida muy rica. Se nos acaba la cerveza y dudamos en ir a buscar otra porque ya nos veíamos teniendo que pagar la cuenta de la comida y las cervezas al final. Ahí fue cuando nos ven con los vasos vacíos y nos dicen si queremos más cerveza, por lo que comienzo a pararme para ir a buscar más, a lo que la mujer que nos había invitado a entrar me grita que me siente, y que ella me traía. A los pocos minutos apareció con dos vasos llenos de Heineken.

El resto de la tarde noche nos pasamos tomando y comiendo gratis, escuchando a los “Thai Beatles”, que eran excelentes imitadores. En un momento los más veteranos se fueron y quedamos nosotros con un par de tailandesas que eran amigas de la que nos ofrecía todo, una pareja de españoles muy divertidos y que chupaban como locos, y unas inglesas que cayeron después y que al principio eran tan incrédulas como nosotros. Resulta que la obra en construcción va a ser un shopping y que estos eventos son para acercar a la gente al mismo, y los harán por lo menos hasta la inauguración. A eso de las diez de la noche Paul, John, George y Ringo se cansaron de tocar, por lo que terminó el evento. Después terminamos yendo a un boliche con las tailandesas y los españoles. Realmente Bangkok nos recibió excelentemente, y lo que empezó como una ida al mercado, terminó siendo una noche tremenda y gratis.

De izquierda a derecha: la organizadora que nos invitó las "free beers", la española,  Felipe, una que trabajaba ahí y el español

"Los Beatles"
Al día siguiente caminamos mucho y llegamos a una zona céntrica donde hay cuatro shoppings enormes. Tres de ellos se llaman “Siam”; uno “Center”, otro “Discovery” y el otro “Paragon”. Estos tres tienen tiendas como Louis Vuitton, Cartier, Gucci, entre muchas otras. En frente de estos está el MBK, que ese día no entramos, pero que vende cosas truchas. Entre medio pasa el “skytrain”, un tren elevado que recorre gran parte de la ciudad.




Después de recorrer un rato los shoppings nos fuimos en búsqueda de un bar en la azotea de un edificio muy alto que sabíamos que existía por la película “Hangover 2” y por la guía Lonely Planet. Creo que hay varios, pero nosotros terminamos en uno que queda en un piso 59. Ahí arriba hay un restorán y un bar, los que tienen código de vestimenta. Nosotros estábamos de bermuda y chancletas, ya que habíamos salido temprano a caminar. Pensamos que no podríamos entrar, pero nos dieron pantalones y zapatos y pasamos.

La vista de esa enorme ciudad es impresionante. Muchos rascacielos y luces por todos lados. Estaba lleno de gente muy bien vestida cenando, ya que eran las ocho de la noche. Nosotros habíamos ido con la idea de tomar una cerveza al menos, pero al ver que los precios eran cinco veces más altos que 59 pisos más abajo, dimos una vuelta, apreciamos la vista un rato y nos retiramos sin haber gastado un centavo. Salimos y nos tomamos un taxi de vuelta al caos donde vivíamos; el viaje de ocho kilómetros costó 80 bhats, una ganga!

Al día siguiente nos tomamos otro taxi hasta la embajada de Vietnam, para sacar la visa. A diferencia del resto de los países a los que fuimos o iremos, no tiene Visa On Arrival. Al ser lunes, el taxi demoró más del doble que la noche anterior al volver del bar, que queda bastante cerca de la embajada. Jamás vi embotellamiento más grande que los que vi en Bangkok; estuvimos una hora para recorrer 8 kilómetros.


Después del papeleo y de pagar 1800 bhats nos tomamos el subte hasta Chinatown, donde fuimos a un templo budista (son muy lindos pero ya nos tienen un poco hartos los templos, por lo que estamos pensando abstenernos de entrar a ninguno más hasta Angkor Wat) y después al centro del barrio. Es la Chinatown más grande e impresionante en la que estuve. Enormes carteles de neón en chino cuelgan de altos edificios en una calle ancha y muy transitada, mientras que en las perpendiculares hay cientos de puestos que venden sobre todo comestibles, y una marea de gente, entre locales y turistas. Al igual que muchos mercados que visitamos, Chinatown es un desafío a los sentidos, sobre todo el olfato. Hay una mezcla de olores fuertes, desde  el de pescado, hasta el del incienso. A mi me gustó mucho Chinatown, ya que a veces está bueno sentir ese desorden y ruido. Khao San Road también tiene eso pero es por y para el turismo, mientras que lo de Chinatown es más real, ya que la gran mayoría de la gente que había eran chinos o tailandeses, comprando o vendiendo, dentro de sus rutinas.


Chinatown


Esa noche nos quedamos en Khao San Road, donde conocimos a tres uruguayas, Pilar, Noelia y Majo, que estaban en los últimos días de su viaje de dos meses por Tailandia. Después de hablar mucho y tomar varias cervezas, nos llevaron a comer lo que ellas consideran el mejor Pad Thai de Tailandia, en un puesto en un extremo de KSR. La verdad que era excelente, y desde ese día en adelante comimos al menos una vez por día el Pad Thai de esos puestos callejeros. Además de estar muy bueno, es barato (de 25 a 50 bhats, depende si tiene alguna carne, si tiene huevo, o si es solo verduras), rápido y limpio, y esto lo digo porque vimos cómo se hace. Después nos encontramos con Lucho y María y nos quedamos todos tomando cerveza y charlando hasta tarde.

Era el final de un día increíble que simboliza lo que ha sido el viaje por Asia hasta ahora: visitar lugares que nunca pensamos que conoceríamos a la vez que conocemos gente interesante casi sin esfuerzo, con quien compartimos anécdotas, historias de viaje y planes. No es que intentemos buscar gente, sino que sin saber bien cómo terminamos compartiendo un par de días con personas nuevas, con quienes a veces nos volvemos a cruzar en otro lado, o a quienes después sólo vemos en Facebook pero formarán parte del recuerdo del viaje. Algunos estuvieron en Australia o Nueva Zelanda trabajando como nosotros, otros renunciaron a sus trabajos en plena crisis económica en su país para irse a dar la vuelta al mundo como Teresa, otros están de licencia de sus trabajos como las uruguayas pero lo que une a todos es la pasión por viajar, conociendo lugares y personas nuevas

Al día siguiente planeamos ir a recorrer un templo muy grande y colorido y a ver dos budas, el parado y el acostado, ambos dorados y de varios metros de largo. Cuando estábamos caminando hacia el templo, conocimos a dos personajes que nos llevarían por un camino peligroso y casi sin retorno: Amparo y Javiera, dos chilenas diabólicas, que lo primero que nos dijeron fue “acompáñennos a un ping pong show hoy!”. Pasamos el día con ellas, yendo al templo y a los budas, mientras escuchábamos sus ruegos para que las acompañáramos porque les daba miedo ir solas. Nosotros habíamos decidido no ir a uno de los shows, porque no nos interesaba y nos parecía desagradable, inmoral e incompatible con nuestra intachable condición de caballeros pero después de escuchar sus constantes quejas accedimos, cometiendo un error que casi nos cuesta la vida. 







Para los que no saben, un ping pong show consiste en varias “señoritas” que realizan distintos trucos con la vagina, y se llaman así porque uno de los clásicos involucra pelotas de ping pong.

Llegamos al área donde están todos los lugares donde se va a ver los shows, y tras rechazar varios porque eran más caros de lo que queríamos pagar, aceptamos entrar a uno en el que sólo debíamos comprar una cerveza chica cada uno (100 bhats). Aclaramos esto mil veces con el tipo, para estar seguros y no tener ninguna sorpresa que significara pagar más que eso. El tipo nos juró que no tendríamos que pagar más que eso, por lo que entramos.

Sin entrar en detalles, el show es una de las cosas más bizarras que vi en mi vida, pero sinceramente me esperaba algo más impresionante. Igual, supongo que como en casi todo, la calidad depende del precio. Hay shows que salen 600 bhats que se supone son “mejores”, por decirlo de alguna manera.

Después de estar un rato adentro, notamos que cada vez que un grupo de personas se acercaba a la “caja” para pagar e irse, había un pequeño tumulto y discusión entre ellos y las cuatro o cinco mujeres que cobran (no son las mismas que hacen el show!), aunque no llegaba a escándalo. En uno de esos el Gato se acerca para ver qué pasaba y una de las mujeres lo aleja, como para que no se metiera ni viera qué pasaba. En ese momento nos dimos cuenta que la salida no sería fácil. Decidimos tener los 400 bhats juntos, de antemano, para pagar a irnos lo más rápido posible.

Cuando se fue el grupo que estaba discutiendo, nos dicen a nosotros que paguemos. Vamos hacia donde estaban las mujeres y vemos una “cuenta” (un papelito escrito a lapicera) que decía 6400 bhats!!! Les decimos que no, que habíamos dejado bien en claro que no pagaríamos más de 100 cada uno. Nos bajaron la cuenta a 4000 bhats, pero seguimos diciendo que no. En ese momento se armó un quilombo legendario. Ellas cinco gritaban y empujaban exigiendo plata, nosotros gritábamos arriba de ellas que nos estaban cagando y que no pagaríamos más que 400, mientras subían la música para que el resto de la gente no escuchara lo que sucedía. En eso saco los 400 bhats y los pongo arriba de la mesa, esperando que eso calmara las fieras, pero no, seguían gritando, empujando, clavándonos las uñas, en fin, actuando muy agresivamente.

Nos siguieron bajando el monto pero nosotros cuatro seguimos firmes en nuestra negativa. Ellas se iban alterando cada vez más, el griterío aumentaba y en eso la que parecía la líder, con unos ojos “celestes” de mirada realmente psicótica, agarra el celular y me grita “I will call the mafia!”, a lo que le contesto que llamara a quien quisiera, pero que no pagaríamos más. La mina sigue repitiendo eso y el Gato le dice “I will call the Tourist Policy”, frase que después que pasó el momento nos hace cagar de risa. Primero porque no creo que haya nada menos intimidatorio que la policía turística, y segundo porque en el fervor de la pelea, dijo “policy” en vez de “police”.

Lo único que queríamos era irnos, pero la puerta estaba cerrada y con gente bloqueando el paso. Si realmente caía la mafia estábamos muertos jeje. Al final, nos dicen que pagáramos 400 bhats, y aunque era mejor que 6400, yo seguía diciendo que no. Me dicen que querían 400, lo que nos habían dicho abajo, pero yo le decía que ya les había pagado, cuando había dejado la plata en la mesa en frente a la líder. Ahí se enfurece y me grita que a quién le había pagado, que a ella no le había dado nada y que llamaría a la mafia. Yo no podía creer que fuera tan mentirosa y buena actriz, y veo al Gato que saca 400 bhats y se los da. No entendía nada y no podía creer que mis compañeros se estuvieran rindiendo tan cerca del final. Entre gritos, música alta y amenazas de llamar a Superman y los Cazafantasmas, Javi me dice que ella había agarrado la plata que yo pensé le había dado a la loca, y que se la había dado a Felipe, para que no quedara boyando en la mesa y desapareciera. Ahí entendí, y entre más gritos, empujones e insultos nos abrieron la puerta y salimos.

Una vez abajo no podíamos creer lo que habíamos vivido los cinco minutos anteriores, agradecimos que hubiera terminado y nos cagamos de risa por un largo rato. Felipe contó lo de la “tourist policy”, ya que arriba era muy difícil escucharnos, y nos reímos más.

Entre los cuatro llegamos a la conclusión de que la gran mayoría de la gente, cuando ven la altísima cuenta, se quejan, discuten un poco, las locas le bajan el monto, tal vez discuten un poco más, le bajan otro tanto, pero terminan pagando mucho más de lo convenido anteriormente. Ese es el modus operandi del lugar. Pero las minas se ve que no esperaban encontrarse con cuatro “sudacas” dispuestos a morir acribillados por la “mafia” tailandesa antes que pagar un bhat más, por eso resultó en esa batalla campal que ninguno de los cuatro jamás olvidará. Un rato después nos tomamos un taxi que nos llevara a KSR, lejos de las locas y la mafia.


El día siguiente lo pasamos con las chilenas dando un par de vueltas por la ciudad, hablando de nuestra épica victoria de la noche anterior y recorrimos el shopping de cosas truchas. Esa misma noche nos fuimos a la terminal de ómnibus de Bangkok (debe ser el doble de grande que el aeropuerto de Carrasco!), para partir hacia Chiang Mai, en el norte de Tailandia. Ese fue el útimo de nuestros seis días en Bangkok, que no es tan loca como la muestran en “Hangover 2”, pero que sin dudas no está muy lejos.. 


Javiera y Amparo, "las chilenas diabólicas" con Felipe